Damian Wojnilowicz, un hombre de 36 años, decidió que su forma de asaltar casas no incluía grandes huidas ni búsquedas desesperadas de objetos de valor.
En su lugar, hizo algo que suena tan surrealista como desconcertante: entró a la casa de una mujer, cocinó su propia comida, disfrutó de su vino y luego se tomó el tiempo para hacer tareas domésticas. Y como si todo eso no fuera suficiente, dejó un mensaje: “No te preocupes, sé feliz’.
Lo cierto es que Wojnilowicz no se conformó con una sola casa. En Newport, apenas dos semanas después, repitió la hazaña, esta vez en una casa de verano. Lavó su ropa y esperó pacientemente a que se secara mientras comía la comida de los propietarios.
La diferencia es que, en esta ocasión, la pareja tenía cámaras de seguridad y, mientras estaban atrapados en el tráfico, pudieron ver en vivo cómo el hombre llevaba a cabo su peculiar asalto. Llamaron a un familiar para que fuera a ver qué pasaba, y el caco, sin mostrar mucho interés en huir, fue detenido poco después.
El caso terminó en los tribunales, donde se conoció cómo este hombre aprovechaba las casas vacías para, básicamente, hacer lo que todo el mundo hace los domingos por la mañana: las tareas del hogar. No tenía ningún otro interés más allá que ese.