Aunque comúnmente se usan para revisar el peinado o la ropa justo al salir de casa o del trabajo, la realidad es que su propósito va más allá de este objetivo.
Los espejos en los ascensores, más allá de ser elementos decorativos o prácticos para ajustar nuestra apariencia, cumplen una función psicológica: son una estrategia para combatir la sensación de claustrofobia.
Los ascensores, que suelen ser espacios reducidos, pueden generar ansiedad o incomodidad, especialmente en personas que sufren de miedo a los espacios cerrados. Sin embargo, la presencia de espejos crea una ilusión óptica que hace que estos compartimentos parezcan más amplios, reduciendo así la tensión emocional durante el breve viaje.
Una solución que empezó a implementarse en la década de 1950 y, desde entonces, la presencia de espejos en los ascensores se ha convertido en una norma común en muchos edificios modernos para hacer que los espacios pequeños y cerrados parecieran más grandes y abiertos